Mensajero fugitivo del oscuro olvido,
corre sin prisa el pálido viento de muertos,
hálito de vida hundido en el silencio,
que anuncia el andar de trazos sin tiempo.
Quiebran los colores el umbral del inframundo,
que estalla en resplandores de un canto especular,
y en la tierra florecen los mestizos campos,
grana y añil de una dualidad sin par.
La gigante huella del maestro eterno,
cobija y devora el eco de sus pasos huecos,
vástagos bastardos hijos del recuerdo,
presos en el lienzo de la imitación.
Risas encarnadas brotan en banales arcos,
explosión opaca de engañosa luz,
rojos excesivos de una carcajada,
que venden sus frutos al mejor postor.
Ciega la grandeza al creador honesto,
tras los párpados se oculta para ver más lejos,
enluta la noche y en ella descubre,
semillas más negras que la oscuridad.
Explora la cara oculta de un cuarto menguante,
devana el hilo de una constelación,
y traza un camino de brillo purpúreo,
con el que tempera el visón dual.
– Javier Ballina Viramontes