Siempre he creído que Raúl Herrera es un pintor sin tiempo, es decir intemporal. Tal vez la razón de ello se oculte en las obras mismas que salen de sus pinceles y no en la circunstancia fortuita de que él sea su hacedor. En el hecho axiomático de que haya pintura antes que pintor. No todos los artistas lo entienden, menos ahora, pero este autor humilde y risueño, sistemático y dedicado, sí. Acaso más de una vez habrá olvidado firmar sus lienzos, henchido del acto creativo, disuelto ahí mismo su propio yo. La primera rúbrica autoral que la historia occidental consigna fue una pieza de Notre Dame de Chartres apenas inscrita: “Esta piedra la labró Juan”. De entonces a la fecha nos interesan más las biografías que la realización. Sin embargo, el arte verdadero se cumple a través de alguien, nunca sucede debido a él.“
Toda cosa legítima tiene algo de la naturaleza por una parte y de sagrado por otra”, establece una norma ancestral que define el arte como un soporte para la contemplación de la conciencia antes que como un objeto estético que complacerá los sentidos. En sus paisajes y figuraciones abstractas, en sus profusas naturalezas vivas (las suyas no están muertas), la obra de Raúl Herrera obedece a tal legitimidad sagrada. Este es el caso de esas aves del paraíso, cinco guacamayas coloridas y una garza blanca delimitadas en un medio círculo de 180 grados, medio cielo de poderosa fuerza plástica que mediante tales figuras danzantes ofrece a la imaginación la otra mitad del espacio, un círculo cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna.
Es el tema y la manera, la forma y el fondo como suma de las partes: escueta manera de describir el arte. Esta imagen alada no proviene de la subjetividad del pintor, apartándose de siglos de modernidad arbitraria e intrascendente, de gratuidad pictórica sujeta a la interpretación. Se trata de una re-presentación, función esencial del ser humano a través del lenguaje, sea plástico o lingüístico, eso irrenunciable para alcanzar el ser. Ahora, cuando se entonan cantos sobre una naturaleza destruida, surge este bello testimonio pictórico que al plasmar lo que va perdiéndose invoca su cuidado, su delicada conservación.
Las aves simbolizan los estados espirituales, son vínculos entre el cielo y la tierra, la ornitomancia se trata de atisbar la facultad de lo desconocido cuando despierta. Las aves, que fueron ángeles que fueron dragones que se aligeraron para mantener dichos atributos en plena levedad, indican el alma y su perduración. La garza se tuvo por símbolo de ciencia divina; la guacamaya, a causa de sus largas plumas rojas, es considerada como emblema del fuego y la energía del sol, un avatar difícil de poseer.
¿Cómo pinta un pintor verdadero cuando obtiene una obra legítima? Saliendo de sí, dejándose a un lado para entrar a la inagotable y profunda superficie de un soporte plano que de tal manera obtiene dimensiones existentes aquí sin ser percibidas, aquí en los muchos mundos que estando en éste nos rodean. Raúl Herrera los ha visto, los frecuenta cuando crea, cuando deja de ser él. Esta imagen del paraíso ascendente y volátil así lo demuestra: el talentoso maestro que se pierde a sí mismo para encontrarse en la inmensidad de una creación que ya no es suya sino nuestra, de quienes la miran. Lo dicho, hay pintura y no pintor.
– Fernando Solana Olivares
“Toda cosa legítima tiene algo de la naturaleza por una parte y de sagrado por otra”, establece una norma ancestral que define el arte como un soporte para la contemplación de la conciencia antes que como un objeto estético que complacerá los sentidos. En sus paisajes y figuraciones abstractas, en sus profusas naturalezas vivas (las suyas no están muertas), la obra de Raúl Herrera obedece a tal legitimidad sagrada. Este es el caso de esas aves del paraíso, cinco guacamayas coloridas y una garza blanca delimitadas en un medio círculo de 180 grados, medio cielo de poderosa fuerza plástica que mediante tales figuras danzantes ofrece a la imaginación la otra mitad del espacio, un círculo cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna.