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      Guillermo Pons
      abril 2, 2022
      Ivonne Kennedy
      abril 2, 2022

      Hugo Vélez

         

      El rockanrolero y sus fan

      Hugo Vélez, El rockanrolero y sus fans, Lado A

      La sandía como pretexto

      La sandía como pretexto
      – Francisco Moreno

      Reinterpretar no significa imitar. Es ineludible que un pintor cargue en su imaginario un vasto universo simbólico de quienes lo preceden, artistas cuya paleta, estilo, factura y escuelas anidan y echan raíces para germinar bajo su particular manera de expresarse, es un crisol del cual debe emerger la originalidad, nada es igual para quienes reconocen esta herencia, la tarea es enorme, y no se trata de superarlos, la misión es asimilar para transformar y encontrar su propia identidad.

      Francis Bacon decía que las obras clásicas eran obras de arte que podrían reinterpretarse bajo una nueva mirada y, bajo su empecinado y ferviente trabajo frente al lienzo, en una titánica labor de buscar la originalidad, con una poderosa influencia de artistas como Picasso y Velázquez encontró la clave para hallar su propio lenguaje. El mejor ejemplo de ello es la multitud de variaciones que ejecutó de la obra “Retrato de Inocencio X” de Diego Velázquez, el resultado es evidente hoy en día.

      Estas afirmaciones se cuelan sutilmente en la iniciativa que tuvo Nancy Mayagoitia para rendir homenaje al maestro Rufino Tamayo. Honrar a uno de los más grandes pintores mexicanos en sus 30 años de fallecido representa una ardua tarea, más si consideramos que para lograr su cometido seleccionó a 30 artistas que debían “provocar una relación lúdica y afectiva entre Tamayo y la pintura contemporánea que se realiza en Oaxaca”.

      Así, en su larga trayectoria como promotora cultural, Nancy no dudó en retomar uno de los iconos más representativos de Tamayo para convertirlo en lienzo, las sandías de Rufino, ya que después de sus personajes son un signo identitario de la obra de este pintor oaxaqueño. La idea se convirtió en un peculiar soporte que, además de confrontar al artista a una estructura poco común para pintar, debía por otra parte convertirse en una pieza que pudiera exhibirse en espacios públicos y seducir la mirada del público que transita por las calles.

      En la treintena de artistas que Mayagoitia invitó está Hugo Vélez, pintor con más de tres décadas de quehacer plástico que formó parte de la última generación de maestros del Taller de Artes Plásticas Rufino Tamayo. Hugo es un artista que no busca la representación realista en sus obras, busca la identidad de los otros desde una particular manera de manejar los materiales y la forma, juega diría yo, explora en cada obra, su paleta circunde con lo naif y tropical, muchas de sus obras transitan entre composiciones cotidianas saturadas de color y escenas insignificantes que él logra destacar por su sencillez. En este espectro de su trabajo Vélez tomó una decisión parecida a la de Bacon, reinterpretar una de las últimas obras de Tamayo, “El Rockanrolero”, singular pieza que Tamayo realizó a sus 91 años y que provocó una serie de elucubraciones sobre el motivo que el maestro tuvo para crearla, así como diversas interpretaciones y críticas que la mencionan como “una figura que ironiza, cuestiona y también se burla…los rasgos son más una caricatura que una reminiscencia del estilo típico del pintor”.

      La silueta que retoma Hugo reproduce sin reparo la misma posición que la original, de hecho, el gris que viste al personaje es igual, la posición de las piernas, manos y gesto es el mismo; ¿entonces?, ¿qué hace de esta pieza una reinterpretación original a la manera de Hugo Vélez?

      Si tomamos en cuenta que la obra “El Rockanrolero” de Tamayo se ubica como una obra “diferente”, lienzo que no corresponde al estilo del pintor el reto se vuelve mayor, es por eso que nuestro artista no dudó en colocar dos personajes representativos de Tamayo en sus costados, dos figuras típicas de Rufino tanto en su color como posición, ojos y manos honran y hacen de la pieza de Vélez una alegoría al legado de Tamayo, y justo en un contraste que es esencia de los artistas, Vélez honra a Tamayo al representar lo que nunca dejan de hacer: explorar y buscar nuevos senderos para su lenguaje. Tamayo se atrevió a encarnar a un personaje de la cultura pop por alguna razón, sólo él lo sabía, ¿habrá sido la poderosa fuerza del personaje y sus movimientos?, el carisma de este, o quizá Tamayo la tomó como pretexto para iniciar, a pesar de sus años, una nueva etapa en sus obras. Nunca lo sabremos.

      Lo que me parece meritorio, y al mismo tiempo atrevido en la “sandía” de Hugo Vélez es que, si bien retomó con toda evidencia la obra de Rufino, éste logra dejar su huella al modificar el fondo original por un rosa y azul que, bajo una bloque negro y pigmentos chorreados, arman junto a los dos personajes de negro y el rockanrolero una obra de buena factura, una pieza arriesgada a la manera de Hugo Vélez.

      – Francisco Moreno

      Reinterpretar no significa imitar. Es ineludible que un pintor cargue en su imaginario un vasto universo simbólico de quienes lo preceden, artistas cuya paleta, estilo, factura y escuelas anidan y echan raíces para germinar bajo su particular manera de expresarse, es un crisol del cual debe emerger la originalidad, nada es igual para quienes reconocen esta herencia, la tarea es enorme, y no se trata de superarlos, la misión es asimilar para transformar y encontrar su propia identidad.

      Francis Bacon decía que las obras clásicas eran obras de arte que podrían reinterpretarse bajo una nueva mirada y, bajo su empecinado y ferviente trabajo frente al lienzo, en una titánica labor de buscar la originalidad, con una poderosa influencia de artistas como Picasso y Velázquez encontró la clave para hallar su propio lenguaje. El mejor ejemplo de ello es la multitud de variaciones que ejecutó de la obra “Retrato de Inocencio X” de Diego Velázquez, el resultado es evidente hoy en día.

      Estas afirmaciones se cuelan sutilmente en la iniciativa que tuvo Nancy Mayagoitia para rendir homenaje al maestro Rufino Tamayo. Honrar a uno de los más grandes pintores mexicanos en sus 30 años de fallecido representa una ardua tarea, más si consideramos que para lograr su cometido seleccionó a 30 artistas que debían “provocar una relación lúdica y afectiva entre Tamayo y la pintura contemporánea que se realiza en Oaxaca”.

      Así, en su larga trayectoria como promotora cultural, Nancy no dudó en retomar uno de los iconos más representativos de Tamayo para convertirlo en lienzo, las sandías de Rufino, ya que después de sus personajes son un signo identitario de la obra de este pintor oaxaqueño. La idea se convirtió en un peculiar soporte que, además de confrontar al artista a una estructura poco común para pintar, debía por otra parte convertirse en una pieza que pudiera exhibirse en espacios públicos y seducir la mirada del público que transita por las calles.

      En la treintena de artistas que Mayagoitia invitó está Hugo Vélez, pintor con más de tres décadas de quehacer plástico que formó parte de la última generación de maestros del Taller de Artes Plásticas Rufino Tamayo. Hugo es un artista que no busca la representación realista en sus obras, busca la identidad de los otros desde una particular manera de manejar los materiales y la forma, juega diría yo, explora en cada obra, su paleta circunde con lo naif y tropical, muchas de sus obras transitan entre composiciones cotidianas saturadas de color y escenas insignificantes que él logra destacar por su sencillez. En este espectro de su trabajo Vélez tomó una decisión parecida a la de Bacon, reinterpretar una de las últimas obras de Tamayo, “El Rockanrolero”, singular pieza que Tamayo realizó a sus 91 años y que provocó una serie de elucubraciones sobre el motivo que el maestro tuvo para crearla, así como diversas interpretaciones y críticas que la mencionan como “una figura que ironiza, cuestiona y también se burla…los rasgos son más una caricatura que una reminiscencia del estilo típico del pintor”.

      La silueta que retoma Hugo reproduce sin reparo la misma posición que la original, de hecho, el gris que viste al personaje es igual, la posición de las piernas, manos y gesto es el mismo; ¿entonces?, ¿qué hace de esta pieza una reinterpretación original a la manera de Hugo Vélez?

      Si tomamos en cuenta que la obra “El Rockanrolero” de Tamayo se ubica como una obra “diferente”, lienzo que no corresponde al estilo del pintor el reto se vuelve mayor, es por eso que nuestro artista no dudó en colocar dos personajes representativos de Tamayo en sus costados, dos figuras típicas de Rufino tanto en su color como posición, ojos y manos honran y hacen de la pieza de Vélez una alegoría al legado de Tamayo, y justo en un contraste que es esencia de los artistas, Vélez honra a Tamayo al representar lo que nunca dejan de hacer: explorar y buscar nuevos senderos para su lenguaje. Tamayo se atrevió a encarnar a un personaje de la cultura pop por alguna razón, sólo él lo sabía, ¿habrá sido la poderosa fuerza del personaje y sus movimientos?, el carisma de este, o quizá Tamayo la tomó como pretexto para iniciar, a pesar de sus años, una nueva etapa en sus obras. Nunca lo sabremos.

      Lo que me parece meritorio, y al mismo tiempo atrevido en la “sandía” de Hugo Vélez es que, si bien retomó con toda evidencia la obra de Rufino, éste logra dejar su huella al modificar el fondo original por un rosa y azul que, bajo una bloque negro y pigmentos chorreados, arman junto a los dos personajes de negro y el rockanrolero una obra de buena factura, una pieza arriesgada a la manera de Hugo Vélez.

       

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      Nancy Mayagoitia - Curadora de arte
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